La palabra pulsera la
ha formado la lengua romance con el sufijo de relación –era (del latín -aria)
sobre la palabra pulso, que al designar el latido intermitente de las arterias, acabó
también usándose para referirse a una parte de la muñeca en que éste se nota
especialmente. La palabra pulsera primitivamente designaba a una venda que se ponia
en el pulso para sujetar emplastos y fármacos aplicados allí. Y es que,
independientemente de que en casos
determinados fuese necesario (como por ejemplo para tratar una herida,
torzedura o contusión en esa zona), popularmente esa zona tenía cierto carácter
mágico por su aparente contacto directo con el corazón, y así desde antiguo era
considerado zona preferente para aplicar remedios y para intensificar la acción
de amuletos, etc. Casi hasta hoy podrán observar la existencia de curanderismos
y supercherías mágicas basadas en timar a la gente vendiendo pulseras de
supuesto efecto terapéutico.
Del primer valor de venda aplicada en la muñeca se deriva el sentido de
joya o cualquier adorno que se lleva en la muñeca. Es un desarrollo de la lengua
romance, en latin propiamente se llama armilla
o con otros términos.
La palabra pulso procede del latín pulsus
(empuje, latido), formada a partir del participio del verbo pellere (impulsar, poner en movimiento),
del que también proceden las palabras como pulsar, compeler, compulsar,
impulsar, empujar, empellón, pujar, expeler, repeler, impelente, propelente,
propulsión, etc. Procede de una raíz indoeuropea *pel-1 (impeler) que también produjo en latín:
-
El
verbo polire (pulsar, alisar), del
que deriban pulir, interpolar, tripular y tripulación.
-
El verbo
appellare (llamar, dirigir la palabra
para poner en movimiento a otro), del que deriban apelar y apellido y el verbo interpellare (interrumpir con una
llamada), que se conserva como interpelar.
Muy interesante, siempre va bien aprender cosas nuevas e interesantes. Gracias por la información
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